No hay prisa

Una de las cosas que más cuesta es ser capaz de echar freno a los pensamientos, estar alerta e ir adecuando las reflexiones al momento.

Sobre la crisis del Coronavirus pasa algo así: aún no sabemos cuál será la huella de esto pero tenemos tendencia a sentenciar.

Hace un mes parecía que Italia iba a ser peor que ningún otro país. España, aunque frenando, parece que la va a empatar.

EEUU se pone en cabeza con una velocidad inusitada y muchos gobernadores negándose a aplicar restricciones reales. El caos puede ser inmenso.

La violencia inusitada con la que el virus está golpeando a Francia y la tasa enorme de infecciones en UK también parece que van a dejar a España e Italia en una caso menor.

Cuando pasen un par de meses estaremos en mejores condiciones de evaluar todo esto. Mientras tanto creo que estamos pecando de atrevimiento, en el mejor de los casos con inocencia, en la mayoría de ellos con ganas de obtener poder a costa de los muertos.

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¿De qué sirve aplaudir?

Estos días son como un bucle. Sin actividad en casa pasa el tiempo entre libros y sesiones interminables de videojuegos con amigos. A las 20h sesión de aplausos. 10 minutos de leer odio en Twitter. Un poco de información tóxica por WhatsApp. El miedo de que hay vecinos y amigos que aún hoy tienen que ir a trabajar y podrían contagiarse.

Los aplausos están llenos de bondad e inocencia. Un aplauso es como una bandera, algo simbólico, y como todo lo simbólico no es nada y al mismo tiempo es todo. Como inocente es compartir un vídeo con un supuesto remedio para el coronavirus: nos agobiamos y queremos aportar nuestro granito de arena. Aunque nos la cuelen. Ninguno estamos a salvo, ni siquiera los que pagaron un seguro en hospitales privados que se negaron a atender pacientes con Covid.

En esta desesperación por aportar, corremos el riesgo de sufrir una mutación y creernos expertos de algo que no conocemos realmente. Una crisis sanitaria mundial, que ni los países que cerraron o abrieron fronteras han podido detener. Algo para lo que ningún sistema está preparado, pero que se puede combatir de manera muy eficiente: quedarse en casa, tener más camas en las UCI y más recursos y profesionales sanitarios en el sistema público de salud.

¿Y qué podemos hacer para ser útiles? Nuestra misión actual es tener paciencia, quedarnos en casa, cortar la transmisión de rumores y prepararnos para convertir los aplausos en una ola a favor de la sanidad pública y la defensa de lo común frente a la barbarie de lo privado.

Periodismo de confianza

Victoria Prego ha necesitado 21 años para contar que Suarez no convocó un referéndum sobre la república por miedo a perderlo (según las encuestas del estado). Quizás no era el momento propicio: gran excusa de nuestro pasado, aficionada a aparecer siempre en las cuestiones de interés para la ciudadanía. O quizás no era del interés de Suarez (y por tanto de Victoria).

¿Acaso no era una cuestión de interés general? Sería mucha casualidad que lo que Adolfo consideraba impertinente preguntar en referendum, fuese al mismo tiempo impertinente preguntado en boca de un periodista. Una leve coincidencia.

Aunque ya parezca lejos, todavía hay políticos que solo se dejan entrevistar por periodistas de confianza. Son esos que cuando hay que elegir entre publicar una información molesta y la relación con el poder siempre prefieren lo segundo. Algunos acaban teniendo una provechosa y larga carrera.

Periodismo es contar lo que alguien no quiere que se cuente, cuando se utiliza esa gran profesión para ocultar secretos de interés general, debe tener otro nombre.

Periodismo premiado y de confianza, por ejemplo.

Libres de toda necesidad y temor

Os dejo aquí un texto que ha colgado Jorge Moruno en su canal de Telegram que no quiero que se pierda allí. Espero que os guste.

El mundo del trabajo ha cambiado, se ha ampliado, aparece todo un abanico de figuras laborales, cambia la manera de trabajar y  producir, se incorporan nuevas sensibilidades y realidades, nuevas demandas y formas de expresión, que hacen indistinguible al mundo del trabajo del mundo de la vida, la producción de la reproducción. Las mujeres son la muestra de ello.

Nos encontramos ante una realidad laboral dominada por la precariedad, la fragmentación, la incertidumbre, el individualismo, el paro crónico, la deuda y la soledad, al mismo tiempo que la producción se torna cada vez más intensiva, más territorializada y cooperativa.

La precariedad no debe ser simplemente algo a evitar para devolvernos al pasado, al contrario, necesita ser organizada para ganar los derechos del futuro. Esto pasa por fundar nuevos criterios de ciudadanía adaptados a las formas de vida contemporáneas, donde la fuerza del trabajo sea, de nuevo, capaz de generar institución y producción de norma, una que garantice lo que  Roosevelt entendía como la libertad de «verse libres de la necesidad y del temor.»

Pero ¿qué nos dicen hoy tras 130 años los mártires de Chicago y toda esa oleada de huelgas en defensa de las 8 horas de trabajo? Que el miedo, el aislamiento y el cinismo nunca han mejorado nuestras vidas y, en cambio, los derechos y el poder de los que no tienen poder se ejercen juntos, sin miedo, tejiendo solidaridad, luchando y organizándose. La historia del movimiento de movimientos es la historia colectiva por vivir mejor y sufrir menos.

La democracia, desde los griegos, se define por combinar la libertad política con la emancipación económica, esto es, por ampliar el campo de la decisión política y las condiciones que lo permiten. Esa misma sed de libertad que impulsó a los obreros de medio mundo a reivindicar la soberanía y el control sobre su propio tiempo, perdura y reaparece a lo largo de los siglos; también en el nuestro. Ahora se trata de tener la virtù necesaria y la buena fortuna, para encontrar nuestra «misteriosa curva de la recta.»

Una campaña para quien pueda pagarla

Rafael Catalá ha dicho este lunes que estaría de acuerdo con acortar una posible campaña electoral  “para no atormentar a los ciudadanos con dos semanas de mítines”. Uno es malvado, pero no sádico: una cosa es recortar la salud pública a los ciudadanos y otra bien distinta hacerles que escuchen durante dos semanas las insoportables necedades de Mariano. Sobre todo si existe la posibilidad de que en campo contrario estén diciendo cosas que merezcan la pena ser escuchadas o aún más arriesgado: que haya quien en campaña se dedique a hablar con honestidad.

También ha hablado de que deberían ser más austeras, pero no para abrir el melón de la financiación de los partidos. Catalá no menciona que PP, PSOE y Ciudadanos han gastado -talón bancario mediante- 25 millones de euros solamente en el 20D. No menciona lo caro que nos sale a todos los españoles que nuestros partidos políticos le deban más lealtad a la banca que a los ciudadanos que les votan. ¿Para qué?

Lo que realmente le interesa al PP es recortar el tiempo de campaña, ya que son todo ventajas: quien dispone de décenas de tertulianos dispuestos a envenenar la actualidad a diario no tiene necesidad de una campaña electoral donde se arriesga a que sus adversarios puedan desmontar sus mentiras. El problema lo tiene quien no los tiene, quien necesita la campaña para deshacer los nudos atados por el poder mediático y hacer pedagogía entre los votantes.

«¡Recortemos!», debe de estar pensando el ministro. Nada de cuotas fijadas por ley, ni espacios televisivos, ni radiofónicos, ni en prensa escrita para los ajenos al poder. Quien quiera hacer política que se compre una televisión.