No hay prisa

Una de las cosas que más cuesta es ser capaz de echar freno a los pensamientos, estar alerta e ir adecuando las reflexiones al momento.

Sobre la crisis del Coronavirus pasa algo así: aún no sabemos cuál será la huella de esto pero tenemos tendencia a sentenciar.

Hace un mes parecía que Italia iba a ser peor que ningún otro país. España, aunque frenando, parece que la va a empatar.

EEUU se pone en cabeza con una velocidad inusitada y muchos gobernadores negándose a aplicar restricciones reales. El caos puede ser inmenso.

La violencia inusitada con la que el virus está golpeando a Francia y la tasa enorme de infecciones en UK también parece que van a dejar a España e Italia en una caso menor.

Cuando pasen un par de meses estaremos en mejores condiciones de evaluar todo esto. Mientras tanto creo que estamos pecando de atrevimiento, en el mejor de los casos con inocencia, en la mayoría de ellos con ganas de obtener poder a costa de los muertos.

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Periodismo de confianza

Victoria Prego ha necesitado 21 años para contar que Suarez no convocó un referéndum sobre la república por miedo a perderlo (según las encuestas del estado). Quizás no era el momento propicio: gran excusa de nuestro pasado, aficionada a aparecer siempre en las cuestiones de interés para la ciudadanía. O quizás no era del interés de Suarez (y por tanto de Victoria).

¿Acaso no era una cuestión de interés general? Sería mucha casualidad que lo que Adolfo consideraba impertinente preguntar en referendum, fuese al mismo tiempo impertinente preguntado en boca de un periodista. Una leve coincidencia.

Aunque ya parezca lejos, todavía hay políticos que solo se dejan entrevistar por periodistas de confianza. Son esos que cuando hay que elegir entre publicar una información molesta y la relación con el poder siempre prefieren lo segundo. Algunos acaban teniendo una provechosa y larga carrera.

Periodismo es contar lo que alguien no quiere que se cuente, cuando se utiliza esa gran profesión para ocultar secretos de interés general, debe tener otro nombre.

Periodismo premiado y de confianza, por ejemplo.

Libres de toda necesidad y temor

Os dejo aquí un texto que ha colgado Jorge Moruno en su canal de Telegram que no quiero que se pierda allí. Espero que os guste.

El mundo del trabajo ha cambiado, se ha ampliado, aparece todo un abanico de figuras laborales, cambia la manera de trabajar y  producir, se incorporan nuevas sensibilidades y realidades, nuevas demandas y formas de expresión, que hacen indistinguible al mundo del trabajo del mundo de la vida, la producción de la reproducción. Las mujeres son la muestra de ello.

Nos encontramos ante una realidad laboral dominada por la precariedad, la fragmentación, la incertidumbre, el individualismo, el paro crónico, la deuda y la soledad, al mismo tiempo que la producción se torna cada vez más intensiva, más territorializada y cooperativa.

La precariedad no debe ser simplemente algo a evitar para devolvernos al pasado, al contrario, necesita ser organizada para ganar los derechos del futuro. Esto pasa por fundar nuevos criterios de ciudadanía adaptados a las formas de vida contemporáneas, donde la fuerza del trabajo sea, de nuevo, capaz de generar institución y producción de norma, una que garantice lo que  Roosevelt entendía como la libertad de «verse libres de la necesidad y del temor.»

Pero ¿qué nos dicen hoy tras 130 años los mártires de Chicago y toda esa oleada de huelgas en defensa de las 8 horas de trabajo? Que el miedo, el aislamiento y el cinismo nunca han mejorado nuestras vidas y, en cambio, los derechos y el poder de los que no tienen poder se ejercen juntos, sin miedo, tejiendo solidaridad, luchando y organizándose. La historia del movimiento de movimientos es la historia colectiva por vivir mejor y sufrir menos.

La democracia, desde los griegos, se define por combinar la libertad política con la emancipación económica, esto es, por ampliar el campo de la decisión política y las condiciones que lo permiten. Esa misma sed de libertad que impulsó a los obreros de medio mundo a reivindicar la soberanía y el control sobre su propio tiempo, perdura y reaparece a lo largo de los siglos; también en el nuestro. Ahora se trata de tener la virtù necesaria y la buena fortuna, para encontrar nuestra «misteriosa curva de la recta.»

Una campaña para quien pueda pagarla

Rafael Catalá ha dicho este lunes que estaría de acuerdo con acortar una posible campaña electoral  “para no atormentar a los ciudadanos con dos semanas de mítines”. Uno es malvado, pero no sádico: una cosa es recortar la salud pública a los ciudadanos y otra bien distinta hacerles que escuchen durante dos semanas las insoportables necedades de Mariano. Sobre todo si existe la posibilidad de que en campo contrario estén diciendo cosas que merezcan la pena ser escuchadas o aún más arriesgado: que haya quien en campaña se dedique a hablar con honestidad.

También ha hablado de que deberían ser más austeras, pero no para abrir el melón de la financiación de los partidos. Catalá no menciona que PP, PSOE y Ciudadanos han gastado -talón bancario mediante- 25 millones de euros solamente en el 20D. No menciona lo caro que nos sale a todos los españoles que nuestros partidos políticos le deban más lealtad a la banca que a los ciudadanos que les votan. ¿Para qué?

Lo que realmente le interesa al PP es recortar el tiempo de campaña, ya que son todo ventajas: quien dispone de décenas de tertulianos dispuestos a envenenar la actualidad a diario no tiene necesidad de una campaña electoral donde se arriesga a que sus adversarios puedan desmontar sus mentiras. El problema lo tiene quien no los tiene, quien necesita la campaña para deshacer los nudos atados por el poder mediático y hacer pedagogía entre los votantes.

«¡Recortemos!», debe de estar pensando el ministro. Nada de cuotas fijadas por ley, ni espacios televisivos, ni radiofónicos, ni en prensa escrita para los ajenos al poder. Quien quiera hacer política que se compre una televisión.

De la izquierda al pueblo

Artículo publico en El Mundo.

La imagen es una infografía del programa «Fort Apache» sobre populismo donde Alberto Garzón e Íñigo Errejón ya enfrentaron posturas.


No fuimos pocos a los que en su momento, en época de desesperanza e ingenuos de nosotros mismos, nos parecía que Alberto Garzón traería aire fresco a su partido. En una entrevista publicada el domingo, Garzón ha dicho que «Íñigo Errejón y otras personas defienden legítimamente las tesis de la transversalidad, que siempre es un instrumento reformista porque se mueve dentro de los límites del capitalismo«.

Los que tradicionalmente nos hemos denominado de izquierdas lo hacíamos porque creíamos que era la palabra que explicaba a la gente que defendíamos una política para el pueblo, para el común de los mortales que vive, que siente y que levanta este país con su trabajo y esfuerzo. Pero la realidad es tozuda, nosotros éramos jóvenes ingenuos, y los resultados evidentes: la «izquierda» como concepto está destrozado, arrastrado, arrinconado por el peso de la derrota y su significado manipulado por nuestros adversarios.

Nos guste más o nos guste menos, la etiqueta «izquierda» divide más que une y la mayor parte de la gente que debería estar en ese bando no lo está. Solo hay que ver los millones de votantes que votan al PP (no me dirán que hay millones de privilegiados) y al PSOE (pensando incluso que votan a la izquierda).

Un eje arriba-abajo, pueblo-élite o mayoría-minoría privilegiada tiene más sentido ya que explica con más éxito quiénes somos y qué defendemos que un eje izquierda-derecha. Existe la percepción en mucha gente de que tanto la derecha como la izquierda les ha traicionado una y otra vez. La gente normal -la que por desgracia no está envuelta en política- no entiende esta diferencia ya que, aunque nos parezca increíble, no viven pensando qué partido es más de izquierdas o en quién ha traicionado o no sus raíces ideológicas, sino quién está haciendo propuestas sensatas, quién va a ser capaz de representar sus intereses y quién le parece más honesto y eficaz. Y ahí está la clave, ponerse en el centro de las discusiones, ser capaz de generar corrientes de opinión favorables y ser capaz de mostrar al bipartidismo públicamente como lo que son: una élite que no defiende más que sus propios intereses y que gobierna para los que no se presentan a las elecciones.

Si la gente humilde es mayoría no podemos ser minoría en la política, hay que entenderse con nuestros iguales de otra forma, ser capaces de hacer pedagogía con propuestas, sin ninguna bandera que nos impida explicar nuestro plan a ningún ciudadano y ciudadana. Y no es que a algunos no nos guste la izquierda, es que se nos ha quedado pequeña, nos ha dejado inútiles demasiadas veces. No renunciamos ni a un punto del programa, es más, creemos tanto en él que sabemos que este no necesita de viejos nombres para hacerse realidad.

Sin ir más lejos tenemos un ejemplo; por explicar con éxito su proyecto Podemos consiguió 69 escaños, no porque esa mañana 5 millones de españoles amaneciesen rezando al altar de la izquierda, sino por poner las propuestas por delante de la identidad. Esto lo sabe Alberto Garzón pero, como buen catequista al que no le molesta la realidad, usa «transversalidad» para denigrar lo que no es más que una estrategia exitosa para mejorar la vida de la gente sin ninguna renuncia de principios.

No son pocos los militantes con los que hablo (aún más -si cabe- desde que publiqué mi anterior artículo) y en los que detecto un sentir mayoritario: No hemos venido a la política a hacer terapia de grupo izquierdista, sino a mejorar las cosas. No hemos venido a la política a crear un convento rojo donde todos llevemos los mismos ropajes, sino a cambiar el país entero. Solo creemos en un mejor acceso a la sanidad, a la cultura, a la educación, a la renta, a mayores derechos y libertades. El nombre que lo designe nos da igual, y si es un obstáculo para conseguir nuestros objetivos políticos no dudaremos en deshacernos de esa estrategia.

Como bien decía Emilio Delgado; «Lo que convierte un proyecto en más o menos radical, en más o menos útil, no son sus postulados, su programa o sus proclamas sino la capacidad que tiene en la práctica de hacer avanzar las posiciones de las personas comunes frente a las posiciones de los poderosos«.

Queremos una política y un Podemos plebeyo y humilde, que deje los discursos grandilocuentes para hacer grandes cosas en su lugar. Estamos cansados de batallas románticas cargadas de pesados símbolos a los que se les imputan innumerables horrores. Cansados de catequistas que creen que por decir «más izquierda» se van a separar las aguas y las masas van a ver la luz.

No hay nada más reformista que resignarse a estar solo y débil en el margen izquierdo, sin capacidad de enfrentarse a los poderosos y mejorar la vida de la gente. Este es un país muy grande para un convento tan pequeño.