De la izquierda al pueblo

Artículo publico en El Mundo.

La imagen es una infografía del programa «Fort Apache» sobre populismo donde Alberto Garzón e Íñigo Errejón ya enfrentaron posturas.


No fuimos pocos a los que en su momento, en época de desesperanza e ingenuos de nosotros mismos, nos parecía que Alberto Garzón traería aire fresco a su partido. En una entrevista publicada el domingo, Garzón ha dicho que «Íñigo Errejón y otras personas defienden legítimamente las tesis de la transversalidad, que siempre es un instrumento reformista porque se mueve dentro de los límites del capitalismo«.

Los que tradicionalmente nos hemos denominado de izquierdas lo hacíamos porque creíamos que era la palabra que explicaba a la gente que defendíamos una política para el pueblo, para el común de los mortales que vive, que siente y que levanta este país con su trabajo y esfuerzo. Pero la realidad es tozuda, nosotros éramos jóvenes ingenuos, y los resultados evidentes: la «izquierda» como concepto está destrozado, arrastrado, arrinconado por el peso de la derrota y su significado manipulado por nuestros adversarios.

Nos guste más o nos guste menos, la etiqueta «izquierda» divide más que une y la mayor parte de la gente que debería estar en ese bando no lo está. Solo hay que ver los millones de votantes que votan al PP (no me dirán que hay millones de privilegiados) y al PSOE (pensando incluso que votan a la izquierda).

Un eje arriba-abajo, pueblo-élite o mayoría-minoría privilegiada tiene más sentido ya que explica con más éxito quiénes somos y qué defendemos que un eje izquierda-derecha. Existe la percepción en mucha gente de que tanto la derecha como la izquierda les ha traicionado una y otra vez. La gente normal -la que por desgracia no está envuelta en política- no entiende esta diferencia ya que, aunque nos parezca increíble, no viven pensando qué partido es más de izquierdas o en quién ha traicionado o no sus raíces ideológicas, sino quién está haciendo propuestas sensatas, quién va a ser capaz de representar sus intereses y quién le parece más honesto y eficaz. Y ahí está la clave, ponerse en el centro de las discusiones, ser capaz de generar corrientes de opinión favorables y ser capaz de mostrar al bipartidismo públicamente como lo que son: una élite que no defiende más que sus propios intereses y que gobierna para los que no se presentan a las elecciones.

Si la gente humilde es mayoría no podemos ser minoría en la política, hay que entenderse con nuestros iguales de otra forma, ser capaces de hacer pedagogía con propuestas, sin ninguna bandera que nos impida explicar nuestro plan a ningún ciudadano y ciudadana. Y no es que a algunos no nos guste la izquierda, es que se nos ha quedado pequeña, nos ha dejado inútiles demasiadas veces. No renunciamos ni a un punto del programa, es más, creemos tanto en él que sabemos que este no necesita de viejos nombres para hacerse realidad.

Sin ir más lejos tenemos un ejemplo; por explicar con éxito su proyecto Podemos consiguió 69 escaños, no porque esa mañana 5 millones de españoles amaneciesen rezando al altar de la izquierda, sino por poner las propuestas por delante de la identidad. Esto lo sabe Alberto Garzón pero, como buen catequista al que no le molesta la realidad, usa «transversalidad» para denigrar lo que no es más que una estrategia exitosa para mejorar la vida de la gente sin ninguna renuncia de principios.

No son pocos los militantes con los que hablo (aún más -si cabe- desde que publiqué mi anterior artículo) y en los que detecto un sentir mayoritario: No hemos venido a la política a hacer terapia de grupo izquierdista, sino a mejorar las cosas. No hemos venido a la política a crear un convento rojo donde todos llevemos los mismos ropajes, sino a cambiar el país entero. Solo creemos en un mejor acceso a la sanidad, a la cultura, a la educación, a la renta, a mayores derechos y libertades. El nombre que lo designe nos da igual, y si es un obstáculo para conseguir nuestros objetivos políticos no dudaremos en deshacernos de esa estrategia.

Como bien decía Emilio Delgado; «Lo que convierte un proyecto en más o menos radical, en más o menos útil, no son sus postulados, su programa o sus proclamas sino la capacidad que tiene en la práctica de hacer avanzar las posiciones de las personas comunes frente a las posiciones de los poderosos«.

Queremos una política y un Podemos plebeyo y humilde, que deje los discursos grandilocuentes para hacer grandes cosas en su lugar. Estamos cansados de batallas románticas cargadas de pesados símbolos a los que se les imputan innumerables horrores. Cansados de catequistas que creen que por decir «más izquierda» se van a separar las aguas y las masas van a ver la luz.

No hay nada más reformista que resignarse a estar solo y débil en el margen izquierdo, sin capacidad de enfrentarse a los poderosos y mejorar la vida de la gente. Este es un país muy grande para un convento tan pequeño.

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Un Podemos para la mayoría

Este artículo ha sido publicado en eldiario.es y en la web del Instituto 25M

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Se está hablando mucho de las distintas almas de Podemos, en gran medida con ánimo de dañar. Que si somos un partido dividido que si 2, 100 o 1000 familias: yo creo que somos un partido plural y democrático que ha venido para quedarse, pero también que hay una concepción de Podemos que es mayoritaria hacia dentro, y también hacia afuera. Me refiero al modelo de partido que ha aglutinado todo el voto y el caudal de militancia masivo de estos dos años, la mayor aportación que hemos hecho al panorama político español y que probablemente por tanto sea la más original y genuina (con sus aciertos y errores). Escribo este artículo para contar cómo lo veo yo, por si puede ser una aportación humilde al debate de estos días, y para eso necesito contar una historia.

En el inicio de Podemos yo venía de una corriente de la izquierda radical de cuyos resultados ya me mostraba pesimista en 2011 (algún día rescataré algunos textos de debate de aquella época), porque consideraba que no estábamos resultando útiles a las clases populares. Perdimos mucho el tiempo, pero aprendí todo lo que no hay que hacer.

Recuerdo que me mostré, quizás por inercia, muy pesimista al inicio de Podemos y solo participé ante la insistencia de un preciado amigo una lluviosa noche navideña de 2013. Nunca antes le había visto politizado y su entusiasmo me pareció tan curioso que me deje contagiar, no sin escepticismo. Me puse en contacto con un dirigente de este partido que participaba en Podemos y empecé a colaborar en un ámbito donde estaba curtido como era la organización de campañas en redes sociales: así conocí a un montón de gente que tenía un concepto de la política que yo no entendía para nada. Recuerdo con especial cariño en aquellos días a Nagua Alba, Edu Maura, Germán Cano y Luis Menor entre otros. Gente que ha demostrado desde entonces dotes más que suficientes de liderazgo y capacidad política.

En este grupo de redes sociales de Podemos tomé contacto con las ideas de Íñigo Errejón, y por aquella época de Pablo Iglesias, personajes a los que solo conocía de nombre. Había leído antes a Gramsci y a Laclau, aunque como la mayoría no había entendido nada. Todo aquello me impactó y, para que engañarnos, a pesar de que siempre he sido bastante heterodoxo reaccioné bastante mal ante semejante herejía, pero abrí las orejas. Encontré dos vídeos, que me parecen brutales argumentos, que me removieron políticamente y que me parecen brillantes:

Este primer vídeo de Pablo es toda una lección política y táctica. Y este siguiente de Íñigo Errejón es una maravilla que explica muy bien cómo se gestaba la ideología del Secretario Político de Podemos que después aplicaría para Podemos y que es seguramente una de las causas del éxito de nuestra estrategia política:

Era una forma de hacer política nueva. No se trataba de decirle a la gente: «mire usted, vote a la izquierda que es quien va a defender sus intereses». Cosa legítima. Se trataba de construir una identidad nueva que no fragmentase a sectores que por pura lógica e interés político -la necesidad de justicia, bienestar económico y un futuro digno- debían estar unidos.

En abril de 2014 ante la resistencia de gran parte del lado más tradicional de Podemos de aquel momento a probar esta teoría, abandoné aquella corriente y empece a colaborar en la mayoritaria. Sin estar convencido del todo consideré que la teoría «popular» merecía una oportunidad. Todo lo anterior había fracasado. A la vista está el éxito de Podemos y su capacidad para traducir un proyecto político emancipatorio a la gran mayoría: le hemos pegado una patada al tablero político. Hemos pasado de estar en el margen a estar en la centralidad: que no es el centro sino la capacidad de poner lo fundamental en el centro del debate político. Es construir un pueblo.

Podemos ha conseguido crear un símbolo que significa lo mismo que debería significar la «izquierda» (la defensa de la gente) sin apelar a un símbolo ya muerto que nos aleja de las personas a las que en teoría deberíamos sumar y defender. Esta es una de las cosas que debemos defender de este proyecto.

Para entender de lo que hablábamos antes tengo un caso que me parece paradigmático. Recuerdo que alrededor de Abril de 2014, haciendo propaganda de Podemos, encontré a una amiga que hacía años que no veía. Sus padres, represaliados por la izquierda, habían sido votantes del PP de toda la vida, igual que ella. Una chica normal, con una vida y un trabajo precario de cajera de supermercado que nunca nos votaría por una cuestión de identidad. La palabra «izquierda» representaba para ella algo que la hacía huir, sin una cuestión de interés de «clase» real.

Hablamos de política y le explique que Podemos no era un partido de izquierdas sino de la gente, construído para dar solución a sus prioridades y para intentar dignificar la política limpiandola de la corrupción que la aquejaba. El discurso de Podemos, apelando a su programa y a la gente, no a la izquierda, hizo que esta persona fuese votante y hoy día una valiosa militante de Podemos.

Dos minutos de genialidad en este sentido:

No tiene lógica que una persona que de facto gana menos que el SMI, tiene una mentalidad abierta y es hija de su tiempo vote al PP. Como un partido tradicional de izquierdas no lo hubiésemos conseguido. Si no consigues que se te escuche y entienda, tu acción política no sirve de nada: este es el poder del símbolo: el acceso o no a la persuasión política (que en este caso actúa de forma negativa).

Podemos ha conseguido crear un símbolo que significa lo mismo que debería significar la «izquierda» (la defensa de la gente, los trabajadores, la democracia, el derecho y la libertad) sin apelar a un símbolo ya muerto que nos aleja de las personas a las que en teoría deberíamos sumar y defender. Este triunfo es algo que deberíamos defender de este proyecto. Cambiar la metáfora no es cambiar el fondo: la teoría populista ha demostrado ser una política de «clase» mucho más efectiva que la tradicional, puesto que aglutina a gente diversa pero con intereses objetivos similares que de otra forma estaría dividida.

Y así hay miles de ejemplos, no nos engañemos. Las élites han conseguido fragmentar la voluntad política con símbolos que de facto ya no significan nada, aunque en la teoría signifiquen todo. Para la gente el PSOE es la izquierda y el PP es la derecha, y no encuentran diferencia entre las reformas laborales, de derechos y de recorte de esta derecha y esta izquierda. Romper esta trampa, apelar a todo el mundo que comparte intereses y señalar a la élite como tal es la mejor manera de agrietarlo.

Los medios, y algunos agentes interesados en provocar nuestra quiebra, lo enmarcan en una disputa entre moderados y radicales. Para nada. No hay radicalidad alguna en la política hecha para estar a gusto entre los que piensan igual, que no busca convencer ni persuadir. No podemos ser esa izquierda rancia que disfruta de ser minoría. Y no hay moderación alguna entre los que quieren conseguir que nuestra base de simpatizantes sea cada vez más amplia, todo lo contrario: ellos rompen el apoyo social de las élites viejas, labor de todo el que quiera transformar la sociedad.

Podemos quería ganar, no ser la nueva izquierda. Eso es lo que me sedujo. Si no sirve para resolver los problemas de las personas no sirve para nada, todo lo que no sea esto no es más que fetiche, no política. Debe ser una herramienta de empoderamiento y recuperación de soberanía.

No hay radicalidad alguna en la política hecha para estar a gusto entre los que piensan igual, que no busca convencer ni persuadir.

No es un debate programático sino táctico, y es sano. Se trata de construir pueblo apelando y usando la palabra y los símbolos de forma performativa, asumiendo que en ciertos momentos de búsqueda de identidad -momento populista- lo que se dice de las cosas ayuda a dar forma a las mismas, se trata de ganar; o generar una alternativa tradicional de izquierdas que asuma que esa identidad ya está dada y por tanto basta con apelar a la izquierda, quedándonos reducidos a los que tradicionalmente puedan sentirse identificados con la metáfora «izquierda». Y así no podemos ganar como dijo Pablo Iglesias -y espero que siga pensando-, eso equivale a un 10% o un 15%.

Si volvemos a hacer lo mismo de siempre no obtendremos un resultado diferente y caminaremos a la desintegración, cosa que hoy está muy lejos y por eso podemos evitar. Aunque es un camino muy cómodo.

Creo que Podemos ya eligió y eligió bien: un proyecto de mayorías. Espero que sepamos valorar nuestros propios aciertos. Este es mi Podemos y mi aportación al debate.


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